Aquí se las dejo para que la lean y si pueden también opinen.
Si usted quiere premiar a un partido por su magnífico trabajo, no va a poder. Si usted lo quiere castigar, menos. ¿Dónde está el sentido de ir a votar? Además, imagínese el despilfarro, la pérdida de tiempo, las broncas y la decepción.
¿Hay alguien que dude de los resultados de las elecciones de hoy? ¿Alguien que espere, por ejemplo, que Eruviel Ávila no gane para gobernador en el Estado de México?
¿Entonces para qué tanto circo? El tema de las elecciones en México se ha vuelto tan absurdo que entre la prensa especializada los comentarios ya no son si va a ganar el PRI, el PAN o el PRD, sino con qué porcentaje el PRI va a arrasar con sus contrincantes más cercanos.
¿A usted no le da pena? No sé cómo haya sido para las personas de la tercera edad en su momento, pero a mi generación la educaron con la idea de que las elecciones eran para que esto, llamado México, funcionara.
¿Y cómo íbamos a conseguir que funcionara? Con un cambio.
Hoy las nuevas generaciones tienen un gran problema: por más que voten, esto no va a funcionar. Si gana el PRD, el PAN, el PRI o quien usted quiera, guste y mande, da lo mismo.
Un cambio no significa nada. Todos los partidos son iguales. Todos los políticos cojean del mismo pie.
A esto súmele, por favor, una larga lista de decepciones. En México, ninguna persona común y corriente puede ser candidata a algo. Si no está usted con alguno de los partidos, no lo pueden elegir.
¿Y si la bronca son los partidos? Ah, pues hágale como pueda.
No, pero espérese, apenas comienzo. Los partidos, como las empresas, dicen que compiten, que sus ideologías son diferentes y hasta que se odian.
Pero a la hora de los trancazos, cuando se trata de ganar, se olvidan de sus rencores, de sus choques ideológicos y se unen como si todo lo anterior hubiera sido una mentira. ¿Adónde se fue la congruencia?
Cambiando un poco de tema, pero sin salir de las decepciones electorales, ¿ya se puso a pensar en la asquerosidad de dinero de nuestros impuestos que se despilfarra en la producción de una campaña que a nadie le dan ganas de ver?
¿Ya reflexionó con calma lo que cuesta ir a una casilla para votar contra un resultado que casi nunca se va a modificar?
Si usted quiere premiar a un partido por su magnífico trabajo en la administración actual, no va a poder. Si usted lo quiere castigar, menos. ¿Dónde está el sentido de ir a votar?
Por si todo lo que le acabo de mencionar no fuera suficiente, las reglas de este juego son patéticas.
A estas alturas del siglo XXI, con tantos recursos tecnológicos y estadísticos, la democracia no se puede manejar como en 1997, mucho menos como en 1954.
Ni se le puede prohibir a los medios que hablen de política ni se puede hacer a un lado el tema de las encuestas.
¿Por qué? Porque independientemente de las broncas de nuestros medios tradicionales con el Instituto Federal Electoral, hoy los medios son la gente, los medios somos usted y yo.
Y a las pruebas me remito: cualquier hombre o mujer de este país, de cualquier edad y de cualquier postura, puede decir lo que se le pegue la gana, en el momento en que se le antoje, y ser tomado en cuenta en las redes sociales.
¿Con qué cara la dices a la gente que se calle cuando se supone que la democracia la hace la gente?
E insisto en lo de las encuestas. En esa industria, como en cualquier otro negocio, hay de todo, pero ya no podemos esperar una elecciones que no marchen al ritmo de las encuestas, que no vayan a favor o en contra de determina compañía. ¿O sí?
Pero lo peor, la decepción más tremenda de todas, es tener que ir a votar como votaban nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros bisabuelos.
Qué flojera ir a una casilla, más con lluvia, pasar por todo ese trámite y esperar a que ciertos funcionarios cuenten los resultados casi, casi, con ábaco, y los reporten.
Qué pereza tener que esperar varios días hasta tener resultados oficiales cuando los políticos ya fueron y vinieron con los festejos de sus encuestas.
Y más cuando ya comenzaron las impugnaciones, los bloqueos y las ahora tradicionales peleas entre los legítimos, los espurios y sus seguidores.
O modificamos todo esto, o se nos cae el país, y lo peor de todo es que el próximo año viene la elección de presidente. ¡Imagínese el despilfarro, la pérdida de tiempo, las broncas y la decepción!
Nos urge que México funcione, nos sigue urgiendo un cambio, pero ese cambio ya no tiene que ser nada más de partido como en el año 2000, tiene que ser más profundo, tiene que ser estructural. ¿O me equivoco?
¡Atrévase a opinar!
¿Hay alguien que dude de los resultados de las elecciones de hoy? ¿Alguien que espere, por ejemplo, que Eruviel Ávila no gane para gobernador en el Estado de México?
¿Entonces para qué tanto circo? El tema de las elecciones en México se ha vuelto tan absurdo que entre la prensa especializada los comentarios ya no son si va a ganar el PRI, el PAN o el PRD, sino con qué porcentaje el PRI va a arrasar con sus contrincantes más cercanos.
¿A usted no le da pena? No sé cómo haya sido para las personas de la tercera edad en su momento, pero a mi generación la educaron con la idea de que las elecciones eran para que esto, llamado México, funcionara.
¿Y cómo íbamos a conseguir que funcionara? Con un cambio.
Hoy las nuevas generaciones tienen un gran problema: por más que voten, esto no va a funcionar. Si gana el PRD, el PAN, el PRI o quien usted quiera, guste y mande, da lo mismo.
Un cambio no significa nada. Todos los partidos son iguales. Todos los políticos cojean del mismo pie.
A esto súmele, por favor, una larga lista de decepciones. En México, ninguna persona común y corriente puede ser candidata a algo. Si no está usted con alguno de los partidos, no lo pueden elegir.
¿Y si la bronca son los partidos? Ah, pues hágale como pueda.
No, pero espérese, apenas comienzo. Los partidos, como las empresas, dicen que compiten, que sus ideologías son diferentes y hasta que se odian.
Pero a la hora de los trancazos, cuando se trata de ganar, se olvidan de sus rencores, de sus choques ideológicos y se unen como si todo lo anterior hubiera sido una mentira. ¿Adónde se fue la congruencia?
Cambiando un poco de tema, pero sin salir de las decepciones electorales, ¿ya se puso a pensar en la asquerosidad de dinero de nuestros impuestos que se despilfarra en la producción de una campaña que a nadie le dan ganas de ver?
¿Ya reflexionó con calma lo que cuesta ir a una casilla para votar contra un resultado que casi nunca se va a modificar?
Si usted quiere premiar a un partido por su magnífico trabajo en la administración actual, no va a poder. Si usted lo quiere castigar, menos. ¿Dónde está el sentido de ir a votar?
Por si todo lo que le acabo de mencionar no fuera suficiente, las reglas de este juego son patéticas.
A estas alturas del siglo XXI, con tantos recursos tecnológicos y estadísticos, la democracia no se puede manejar como en 1997, mucho menos como en 1954.
Ni se le puede prohibir a los medios que hablen de política ni se puede hacer a un lado el tema de las encuestas.
¿Por qué? Porque independientemente de las broncas de nuestros medios tradicionales con el Instituto Federal Electoral, hoy los medios son la gente, los medios somos usted y yo.
Y a las pruebas me remito: cualquier hombre o mujer de este país, de cualquier edad y de cualquier postura, puede decir lo que se le pegue la gana, en el momento en que se le antoje, y ser tomado en cuenta en las redes sociales.
¿Con qué cara la dices a la gente que se calle cuando se supone que la democracia la hace la gente?
E insisto en lo de las encuestas. En esa industria, como en cualquier otro negocio, hay de todo, pero ya no podemos esperar una elecciones que no marchen al ritmo de las encuestas, que no vayan a favor o en contra de determina compañía. ¿O sí?
Pero lo peor, la decepción más tremenda de todas, es tener que ir a votar como votaban nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros bisabuelos.
Qué flojera ir a una casilla, más con lluvia, pasar por todo ese trámite y esperar a que ciertos funcionarios cuenten los resultados casi, casi, con ábaco, y los reporten.
Qué pereza tener que esperar varios días hasta tener resultados oficiales cuando los políticos ya fueron y vinieron con los festejos de sus encuestas.
Y más cuando ya comenzaron las impugnaciones, los bloqueos y las ahora tradicionales peleas entre los legítimos, los espurios y sus seguidores.
O modificamos todo esto, o se nos cae el país, y lo peor de todo es que el próximo año viene la elección de presidente. ¡Imagínese el despilfarro, la pérdida de tiempo, las broncas y la decepción!
Nos urge que México funcione, nos sigue urgiendo un cambio, pero ese cambio ya no tiene que ser nada más de partido como en el año 2000, tiene que ser más profundo, tiene que ser estructural. ¿O me equivoco?
¡Atrévase a opinar!