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9 de septiembre de 2012

Una nueva religión




Saludos, chavos, aquí les dejo esto que me encontré por ahí, para que lo lean, reflexionen
y como dice el maestro vigil: "pensemos, es gratis..."

1) Mandé al diablo el feis, y mandé al diablo el tuíter.

2) Odio estar actualizado. Detesto todo lo que implica estar a la moda. Las noticias me abruman. Desconfío de las novedades en todos sentidos. Paso de largo delante de las nuevas cantinas, de los nuevos restaurantes, de las nuevas diversiones —que las hay. Me repele lo nuevo, aunque me quedo con lo insólito. Porque no se piense que confío en todo lo que lleva la pátina del tiempo. Tampoco. Pero en términos de actualidad saco las uñas. Por ejemplo, leer a escritores cuyo trabajo está avalado por un sello editorial español, por los miles de ejemplares que venden, o de plano por la crítica más embaucadora. Lo abomino. En cuanto a mis lecturas, inequívocamente me remito a mis libros de cabecera. [Ahora mismo estoy releyendo la estremecedora novela Infancia en Nueva York de Howard Fast publicada por vez primera en 1937.]

3) Del feis me salí porque a lo largo de los tres o cuatro meses que lo experimenté, lo único que descubrí fue trivialidad e hipocresía. Con excepción de una amistad que resultó entrañable, no hay más que chismes de lavadero. Todos los días recibía propuestas de amistad. De gente que ni conocía. Ni les respondía. ¿Qué podían ver en este pobre diablo? Ni idea. Salvo mi amor por la música, no tengo nada que compartir. No soy proclive a las reuniones, a nada que implique la vecindad con más de una persona —acaso dos.

4) El tuíter me parece aún más irrelevante y pueril que el feis. Es una vitrina insoportable que a los famosos les permite estar en el candelabro más allá de lo prudente, y a los desconocidos sentir que se codean con las celebridades. Sentirse ellos mismos celebridades. Sólo para mentarle la madre a un político, o para describir qué ropa usa, qué cenará esa noche o qué le atrae de un perro que cuesta 10 mil pesos. Que miles de personas lean eso me parece una verruga pública.

5) Cada vez es más angustiante la soledad del hombre contemporáneo. Quizás esto tenga que ver con el éxito de las redes sociales. Los practicantes de la religión de las redes sociales tienen en común la misma pasta de dientes. Me explico. Si la celebridad usa Colgate —o aunque no sea celebridad alguna, pero lo que importa es cuántos miles lo siguen—, todos sus seguidores la usarán. En fa. Esa religión (RS) cumple los mismos preceptos de todas las religiones: arropar a sus fieles, protegerlos, cuidarlos de día y noche. Pero sobre todo uniformar su pensamiento. Es decir, que no piensen. Pues —nadie podría dudarlo— los adictos a esta religión practican un acercamiento de todos los días, se aproximan entre sí como imantados a una fuente de enajenamiento imposible de sustraerse. Tal como la Biblia ordena que se deben leer los Evangelios.

6) Cuidado con los escritores que se exhiben en el tuíter. Se exponen a incrementar sus fans y quedarse sin palabras. Si cualquier mortal tiene que ser cuidadoso con las palabras, con mayor razón un escritor. Máxime si se abre de corazón. Mejor si finge demencia. Entre más alejado, mejor. Un escritor debería cuidar lo que dice, pero más lo que escribe. Y todo por quedar bien. Por hacerse el interesante, el gracioso, o el imprescindible. Pero lo más grave es que en la vida real un escritor tiene que rodearse de enemigos para producir en contra de todo. No ser el centro de la amistad, sino del odio. El tuíter le hace sentir que todo mundo lo quiere.

7) Y algo más —que es una exageración, pero que no deja de ser sintomático: el estrato social de los tuiteros. De todos mis conocidos y amigos que están clavados en esta religión, todos, absolutamente todos, pertenecen a clases medias para arriba. De mis amigos y conocidos banda —Iztapalapa, Iztacalco, Nezayork—, ninguno pertenece al tuíter. O les da vergüenza confesarlo —exactamente como a san Pedro. Insisto: esta apreciación no revela nada, pero a mí no deja de asombrarme.

8) Por supuesto que nunca aprendí a interactuar en el tuíter. Porque no tuve interés —aparte de mi ya proverbial torpeza. Lo abría, escribía un cuento o un aforismo que no sobrepasara los 140 caracteres con espacios, y tan tan.

9) Creo que los practicantes de las religiones RS andan felices por el mundo. Que se imaginan que su voz tiene interlocutores cabales. Que no se han percatado de la fugacidad del impacto mediático. Aun en el caso de los 132 —que merece respeto. Aunque ya sea historia muerta.

10) Me pregunto qué es lo que se queda grabado en el corazón de los hombres. Para quien vive en el pasado, la respuesta es sencilla; para los que viven en el mañana, la cosa se complica.

(vía Eusebio Ruvalcaba)


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